jueves, julio 01, 2004

Cortazarianas

Ayer salí cerca de las 9 de la noche del trabajo. Cuando llegué al metro me apresuré para alcanzarlo, pues se estacionaba cuando yo pasaba el torniquete. Ya acomodada y bien agarrada del tubo, me quedé esperando a que sonara el timbre de aviso del cierre de puertas. La espera duró poco más de 30 minutos que se hacían cada vez más insoportables: la mayoría de la gente estaba cansada, malhumorada, somnolienta y hubo quien se dejó ganar por la histeria, pues le gritaban al chofer exigiéndole que avanzara, brincaban en el vagón, golpeaban las puertas.
Lo desesperante en mi caso era que tenía que aguantar porque Mote me estaba esperando en la siguiente estación, y aunque pensé que podría salirme y tomar un micro, recordé que no pasan muy seguido y en todo caso no sería la única que tomaría esa decisión. Estaba asomada en el filo de la puerta y vi que un señor salió muy enojado del último vagón, creí que tal vez se saldría y tomaría un taxi o un micro, pero se siguió de largo sobre el andén. No sé si le dijo o hizo algo al chofer, no alcancé a ver, pero casi enseguida sonó el tuuuuuuuuu, se cerraron las puertas y avanzó. Al llegar a Eugenia Mote me vio y se subió al vagón, pero el martirio comenzaba a repetirse, no llegó el timbre esperado y decidimos mejor irnos ya a la casa y dejar el café para otro día. En el camino me contó que ahí también se pusieron muy tensos, que gritaban y chiflaban mentando madres, hasta que toda la gente de un vagón se salió y fue a decirle o hacerle algo al chofer, y sólo entonces avanzó. Supongo que fue lo mismo que pasó en la estación donde yo esperaba, y tal vez en todas las de la línea... al mismo tiempo... "Cortazariano", le dije a Mote, y se empezó a reir, pero más risa me dio cuando vi que estaba leyendo Todos los fuegos del fuego, donde viene "La Autopista del sur".

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