Hay distintas formas de no encontrar el camino hacia la orilla del mundo. Es instintivo, es el miedo natural que nos aleja de caídas interminables, repletas de marometas, vómitos y mareos. Es la inercia que nos guía en sentido contrario del filo marino y del enorme y resbaladizo caparazón de la tortuga milenaria; del brillante vacío estelar.
Cuando empiezo a andar por ese camino, recurro a la autohipnosis: miro tus ojos mientras lloras.