Hay distintas formas de no encontrar el camino hacia la orilla del mundo. Es instintivo, es el miedo natural que nos aleja de caídas interminables, repletas de marometas, vómitos y mareos. Es la inercia que nos guía en sentido contrario del filo marino y del enorme y resbaladizo caparazón de la tortuga milenaria; del brillante vacío estelar.
Cuando empiezo a andar por ese camino, recurro a la autohipnosis: miro tus ojos mientras lloras.
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Y mientras lloras me escurro en tus lagrimas, ellas me lleva a esa orilla, inevitablemente la curva va hacia abajo y hacia afuera, así que todos en algún estado líquido, causado por la tristeza, nos lleva a esa orilla, a caer y descubrir que siempre caemos en el centro, una vez más no sabemos a que orilla nos iremos y de que orilla nos alejaremos para una día volver a caer
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