miércoles, julio 20, 2005

20 de julio de 2005, 14:15 pm

Hace unos minutos llamó Tonatiu para avisarme que Mamani falleció. Yo la fui a ver ayer en la tarde, y nos sonreímos, se emocionó porque iba a merendar atole de avena y pan.
Ahora mismo ya no existe, ahora mismo su cuerpo yace rígido en el hospital y su espíritu debe estar vagando por ahí, en busca quizá del de mi abuelo, si no es que ya con él.
Descanse por fin en paz, tranquila.
Yo tiemblo y no puedo llorar, pero sé que ahora está bien y que nunca podré olvidar su última sonrisa, la última mirada que me regaló ayer. Desde aquí se lo digo porque sé que el lugar en el que ahora está, traspasa todos los límites del espacio.

martes, julio 19, 2005

Cortazarianas II

Iba leyendo. Aunque es difícil concentrarme mientras voy en el metro, más que por el movimiento y la gente, porque siempre imagino que al tratar de atrapar una letra que se me escapa, la retina también se escapa con ella, se desprende como una lágrima y trato de no limpiarla, de tomarla con la punta de los dedos y volverla a acomodar en su sitio.
Imaginaba esto y me disponía a regresar a la lectura, cuando el metro se detuvo violento, en una posición incómoda, una curva. Me acomodé de nuevo, pero no pude seguir leyendo. Un rumor se iba expandiendo por todo el vagón hasta convertirse en el grito de una señora: "¡La puerta está abierta!" Todos volteamos hacia la puerta y hasta ese momento nos percatamos de que el tren que venía en sentido contrario también estaba detenido, y que de la cabina del conductor salía un señor que entraba por la puerta de nuestro vagón. Sin decir algo, cerró con las manos y se dirigió a la puerta que comunica a los vagones; la abrió con una llave rarísima y se metió al otro, y supongo que luego al otro y así hasta que llegó a la cabina de conductor para hacer avanzar el tren de nuevo. El tren del que él había salido se quedó ahí, vacío e inmóvil, a la espera de que alguien apareciera en sentido contrario y lo sacara de la oscuridad y el silencio que parecían tragarlo con la lentitud de las arenas movedizas.