En mi cuaderno de apuntes cotidianos encontré lo siguiente, que escribí el 16 de febrero de este año, un día después de la visita del meteorito a la Tierra. Rescato el texto porque me parece curioso que la humanidad parezca temerosa de la devastación cuando ya se ha aprendido a vivir con ella de manera cotidiana.
Ayer cayó un meteorito en Rusia, en el área de los Montes
Urales. Circuló la noticia de que habían muerto entre 700 y 1000 personas a
causa de los destrozos provocados por la energía que el meteorito llevaba
consigo al atravesar las diversas capas de la atmósfera terrestre. Dicen que no
tiene que ver con el asteroide que pasará muy cerca del planeta. Pero también
es probable que se haya desprendido del asteroide, lo cual creo más cercano a
lo real y natural si tomamos en cuenta que un asteroide es a su vez residuo de
una materia multiorgánica que atraviesa el Universo durante el proceso de su
desintegración: viaja a una velocidad constante sin una ruta o trayecto
determinado, simplemente avanza a la deriva impulsado por la inercia de su
propio peso, cuya masa va cambiando a causa del efecto de erosión que en él
provoca el ambiente y el viaje universal.
Entonces, si esa erosión natural y necesaria ocasiona la pérdida –paulatina
e invisible o instantánea y dramática/salvaje- de materia, es de lo más
comprensible que se haya desprendido el fragmento meteorito y que los elementos
inherentes a su viaje –velocidad, fuerza, dirección, energía calórica e inercia–
hayan ocasionado derrumbes, explosiones y muerte humana. Evidentemente la
consternación que ello provoca se debe a la falta de consciencia en cuanto al
espacio que la Tierra ocupa en el Universo, y sobre todo, al constante
movimiento que en él se ejecuta para mantener el balance o equilibrio de Todo
lo que en él habita. A los humanos parece darles crisis de antropocentrismo:
parece olvidárseles que sólo son parte de una especie más dentro del reino
animal que habita este planeta, y que este planeta es uno más dentro de los
nueve que suponemos habita el sistema que llamamos Solar, que es sólo uno de
los innumerables que habitan una de las galaxias que conforman, hasta donde
sabemos, la infinitud del Universo, un Universo vivo en el que destruir y
construir es el principio de su naturaleza evolutiva.
Regresando al antropocentrismo, los humanos sólo perderán el
miedo a la destrucción masiva de sus “civilizaciones” (en las que parece que
sólo está permitida la destrucción entre humanos) cuando sean lo suficientemente responsables de lo que les toca hacer cada día y no teman morir sin haber hecho tal o cual cosa; sólo dejarán de sentirse amenazados por una
destrucción “apocalíptica” –sea cual sea su naturaleza– cuando aprendan a mirar
más allá, mucho más allá de sí mismos como individuos y como raza imperialista
del planeta y comprendan que la Tierra No Es Suya, sino que ellos son parte de
ella, como a su vez ella es parte de la naturaleza –al parecer– incomprensible,
inabarcable y por supuesto incontrolable del Universo.