En la no tan nueva, sino –me han dicho- renovada galería Hilario Galguera se encuentra una exposición que a unos les parecerá de lo más provocador, a otros tal vez un poco desagradable e incluso asquerosa; habrá a quienes no les diga nada y se pregunten por qué eso se considera arte. Pero la verdad, si se mira bien, con calma, y si se toma en cuenta la hoja de información cuyos títulos dan coherencia espacial y conceptual a la obra en su conjunto, uno descubrirá que más allá de las impresiones anteriores, “Hacia un mejor entendimiento de la vida sin Dios a bordo de la Nave de los Locos” es una reinterpretación histórica y filosófica de los principales símbolos que componen y sostienen la religión católica. De hecho, más que una crítica o una fantochez irreverente, cada pieza propone una reflexión sobre la manera en que ha ido decayendo la institución católica, cómo ha disfrazado la aceptación de la miseria y sufrimiento con conceptos tan abstractos como fe, paz, esperanza; cómo es que más allá de la manipulación aceptada por los creyentes, el miedo infligido hacia Dios el todopoderoso, hay un solo destino despojado de toda representación espiritual: la muerte a través de la cual se descomponen todos nuestros órganos, la carne y la sangre.
No hay Dios, pero hay vida, hay dolor, hay gozo, hay individualidad y hay infinitud que resguarda otras vidas… Esto es lo que trasluce Hirst en una de las instalaciones donde diría yo que aterriza toda la carga ideológica, que obviamente remite a los estandartes del siglo XIX: es una pequeña habitación cuyas paredes están pintadas de un color muy oscuro, no precisamente negro, tal vez magenta sin diluir, y sobre este color está salpicado de rojo y creo que dorado… la cuestión es que las paredes y el piso están salpicados de estos tonos, lo cual provoca una sensación de brutalidad, de sangre embarrada y escurrida después de haberle cortado el cuello a alguien. En cada pared (son tres) hay un lienzo con un cráneo incrustado en el centro; los títulos de cada cuadro hablan del ciclo vital (infancia, madurez y muerte-trascendencia) aplicado a Dios. En el centro de la habitación hay un cilindro como de metro y medio de largo y tal vez 50 cm. de ancho, lleno de una fórmula especial (no precisa o únicamente formol) que resguarda a un corazón de toro aguijoneado por navajas, bisturís, escalpelos, agujas quirúrgicas, y rodeado por un cable con púas: el sagrado corazón de Jesús.
Imaginen cómo está representado el espíritu santo, el Padre Nuestro, el Ave María, el cuerpo de Cristo, la sangre de Cristo… la Ira de Dios…
¿Transgresión gratuita, irreverencia? No estoy tan segura. Es la primera vez que Damien Hirst expone en México, de hecho vino a ver la galería y preparó la obra para adecuarla al espacio. También es la primera vez que me acerco a su trabajo, pero al parecer hay mucho que ver y buscar sobre él, pues ya tiene una trayectoria larga, haciéndose de seguidores y detractores que ponen en tela de juicio lo valioso y lo válido de su obra.
La exposición estará hasta agosto. Galería Hilario Galguera: Francisco Pimentel No. 3, col. San Rafael. Martes-Sábado: 10-17 hrs.; Domingo: 10-14 hrs.
No hay Dios, pero hay vida, hay dolor, hay gozo, hay individualidad y hay infinitud que resguarda otras vidas… Esto es lo que trasluce Hirst en una de las instalaciones donde diría yo que aterriza toda la carga ideológica, que obviamente remite a los estandartes del siglo XIX: es una pequeña habitación cuyas paredes están pintadas de un color muy oscuro, no precisamente negro, tal vez magenta sin diluir, y sobre este color está salpicado de rojo y creo que dorado… la cuestión es que las paredes y el piso están salpicados de estos tonos, lo cual provoca una sensación de brutalidad, de sangre embarrada y escurrida después de haberle cortado el cuello a alguien. En cada pared (son tres) hay un lienzo con un cráneo incrustado en el centro; los títulos de cada cuadro hablan del ciclo vital (infancia, madurez y muerte-trascendencia) aplicado a Dios. En el centro de la habitación hay un cilindro como de metro y medio de largo y tal vez 50 cm. de ancho, lleno de una fórmula especial (no precisa o únicamente formol) que resguarda a un corazón de toro aguijoneado por navajas, bisturís, escalpelos, agujas quirúrgicas, y rodeado por un cable con púas: el sagrado corazón de Jesús.
Imaginen cómo está representado el espíritu santo, el Padre Nuestro, el Ave María, el cuerpo de Cristo, la sangre de Cristo… la Ira de Dios…
¿Transgresión gratuita, irreverencia? No estoy tan segura. Es la primera vez que Damien Hirst expone en México, de hecho vino a ver la galería y preparó la obra para adecuarla al espacio. También es la primera vez que me acerco a su trabajo, pero al parecer hay mucho que ver y buscar sobre él, pues ya tiene una trayectoria larga, haciéndose de seguidores y detractores que ponen en tela de juicio lo valioso y lo válido de su obra.
La exposición estará hasta agosto. Galería Hilario Galguera: Francisco Pimentel No. 3, col. San Rafael. Martes-Sábado: 10-17 hrs.; Domingo: 10-14 hrs.