lunes, marzo 17, 2014

Corazón de la poesía: nadie detuvo el viaje


Querido hombre poeta:
Hace unos días terminé de leer el volumen que me faltaba de los Diarios de Carlos Edmundo de Ory, y, tal como me habías avisado que él haría, envió uno de sus mensajes angélico-aerolitos que dice:
“Uno siente hasta los huesos la nostalgia del infinito. Y la mística de la Nostalgia original vuelve los ojos a la infancia del mundo. Somos niños acabados de salir de la cuna, y nos erguimos buscando el horizonte allá donde se junta, en apariencia, el cielo con la tierra. Hemos visto el horizonte amplio y ya atisbamos la meta entre las treinta y dos direcciones. Queremos volar alejándonos del suelo conocido que nos imanta. ¡Llegamos! ¡Llegamos! ¿Hasta dónde llegaremos? No hay más rumbo que el que conduce a lo desconocido”.
Recordé que cuando platicábamos de él, de Carlos, te brillaban los ojos al decirme: ¿pero sabes qué fue lo más increíble de este viejo, Ilito? Que él conocía la fecha exacta de su muerte porque se le había anunciado en sueños, y, sin buscarla, así sucedió. Entonces recordé también lo importante que eran para ti los sueños, los signos, las señales, por pequeñas que éstas fueran, para hacer desde cosas tan cotidianas como comprar el pan en un lugar y no en otro, hasta para tomar un camino y no el otro en esta danza del aire que acabas de emprender. Y te pienso atendiendo a los sueños y los signos, y me siento tranquila porque sé que sabías que era justo ése -y no los tropiezos de hace años- el momento preciso, el más adecuado, el dictado por los cantos del alba, los nenúfares marinos, la caricia solar sobre tu espalda, para partir.
Imaginarás que no ha sido fácil hacer entender esto a la gente. Y cuánta gente, hombre poeta, que  brota quién sabe de dónde y no entiende que hayas realizado un acto que revela cuán comprometido estabas con tus convicciones, con las más verdaderas y profundas, con las que forjaron tu espíritu desde que tenías ocho años. Incluso debo confesarte que hay algo que me ronda la cabeza desde aquella noche y que casi no he platicado con nadie, pero conociéndote como te conozco, algo me dice que tus preparativos y tu modus operandi fueron también una forma de acompañar a tu tío, el poeta tabasqueño Ciprián Cabrera Jasso, con quien te sentías, como decías, extrañamente identificado, sobre todo con su libro Nadie detendrá el viaje, del que te gustaba tanto ese poema de “La Esperanza”:

En cada gota de lluvia
                                    cae al mundo
                                   la luz de la primera tormenta.
Como si el misterio
de la oscuridad
develara el profundo abismo,
que es su esencia,
y nos mostrase su belleza
en el líquido transparente.
Así ha de ser la esperanza:
el vislumbre,
a través del horizonte que no se alcanza,
de una existencia
que nos permita prolongarnos
más allá de los postigos oculares
y que nos permita, además,
como a la araña,
abandonar la piel
que llevamos a cuestas
y volar por el viento, ser el viento.

Ay, hombre poeta, si vieras la que armaste… Seguro que lo sabes y seguro que has de estar sonriendo con una nueva pipa de meteoros entre tus labios, ahora más cósmicos que nunca… Y sabías, seguro que sabías lo que iba a pasar con tu trabajo, con tu historia: es triste pero cierto eso de lo que hablábamos tantas veces: el poeta, cuando muerto, se vuelve doblemente poeta, amigo hasta de las piedras, y su poesía se mueve como corriente marina. Pero no te preocupes, sabes y sabías desde entonces que  no íbamos  a dejar que esa corriente se detuviera. Y no hablo sólo de tu obra poética. Para entenderte completo, para llegar al fondo de tu columna vertebral, de tu otra convicción más rotunda, de uno de los motivos que nos hizo salir de México, es necesario que se lean o relean tus textos críticos en contra del sistema cultural mexicano, de la mala entraña de grupúsculos y pequeños empoderados que llevan como bandera la corrupción, la mediocridad y el entreguismo desbordado y cínico. Es necesario volver a las armas con La mesAlterada. Es necesario que se lean y haya eco de tus manifiestos en busca de una nueva estética dentro de la poesía mexicana: nadie más ha vuelto a pronunciarse por algo parecido a “Por una Poesía Evolucionaria” o la “Poesía de la Inconexión”. Ya lo dijeron Israel Miranda, Jaime Coello, Andrés Cardo, pero yo también me lo pregunto: ¿ahora quién va a decirle sus verdades, a confrontar tan de frente, tan directamente a tanto parásito literario? Confío en que Mauro y Jerónimo, cada uno a su manera, lo hagan, no porque hayan sido tus alumnos-carnales más queridos y aplicados, sino porque aceptaron el diálogo y la escucha inteligente que pocos de su generación son capaces de abordar.
Lo importante, en todo caso, es que los lectores que creíamos que llegarían hasta dentro de diez años, empiezan ya a asomar los ojos sobre tus letras: es imposible mantenerse ajeno a la soltura con que eres capaz de engullir los bocados de realidad pétrea para devolverla en lienzos transparentes del dolor y la euforia con que te entregabas a la vida, al sueño, al camino no sólo de agua y tierra, sino al inmenso laberinto que crecía en tus entrañas y en el que te gustaba perderte noches y tardes enteras jugando a encontrar lo más incandescente de ese centro. Y te costó trabajo, pero sí: lo lograste: encontraste la piedra preciosa que cantaba bajo tu orilla de delirios nocturnos, la piedra que creíste que era de la locura y resultó ser más que eso, más profunda, más entera y tersa: la piedra del destino, la palabra última que tenías que gritar con todos los nombres que daban sentido a ese ciclo vital tan tuyo llamado POESÍA.
En fin, hombre poeta, que me dejaste en plena carne viva ante la vida, y no me queda otra más que cumplir con esa última promesa de entregar mi alegría y ferocidad en cada momento importante del día; no dejar de escuchar esa música tan tuya y de tus amigos raros, como decías; no abandonar la Cineteca ni los museos, no dejar de leer y nunca nunca dejar de escribir. De verdad que lo intento, como dije que lo haría aquella mañana del último miércoles, pero es raro saber que no se nos hará ese encuentro tan prometido que iba a ser el de abril; que no podré ver a través de tus ojos todo lo visto en aquellas ciudades durante la segunda travesía austral, que no bailaremos la canción del pulque… Eso sí: la promesa de la escritura nunca ha sido ni será rota: de entre todos los nombres con los que me rebautizaste, hay uno que es ineludible y que llevo como marca de destino: Mujer con Chispas en la Boca, que, como me explicaste, en la tradición de los pueblos indios norteamericanos significa Hacedora de Historias, y  que me tatuaste porque negar el quehacer, dijiste, es negar la vida.
Y bueno, ya nada más te recuerdo que como escritora de ficción que soy, yo sí creo en fantasmas, y que si te me vas a aparecer en alguno de tantos lugares que recorrimos juntos, deberás decirme alguna de las tres claves secretas para saber que eres tú y no algún espíritu peor de maldoso que tú…
Debo irme ya, mi querido hombre poeta. Yo sé que siempre nos dijimos todo, que no quedaron pendientes en el cuenco del corazón ni de las palabras en este inmenso periplo de caminos separados, pero como me enseñaste que es de mala educación no agradecer cada que uno se despide, te doy las gracias por haber compartido el amor que me tocó vivir contigo: las buenas y las malas aventuras, los amigos, la literatura, la escritura, las carreteras y el cielo latinoamericano, pero sobre todo por la oportunidad de dejarme mostrarte ese otro lado de ti mismo que tanto y tan extrañamente te hizo sonreír. Gracias por ayudarme a comprender todas las aristas de la palabra libertad. Gracias por no haber traicionado nunca tu naturaleza. Y gracias, pues, por la poetada vida.
Supongo que habrá mucha interferencia entre plano y plano dimensional, pero ojalá, junto con estas palabras, te llegue también mi amoroso sentir indescifrable de humano-extraterrestre.
Nos estamos viendo en sueños y en la literatura.
Cambio y fuera, Marco corazón de la poesía.

Fuera y cambio, querido hombre poeta.       

jueves, noviembre 07, 2013

Un salto fuera del círculo



Cómo va cambiando la vida, cómo cambia el sueño transfigurado en realidad: cómo se vive dando vueltas a bordo de un tornamesa que parece saltar de una pista a otra sin que un sonido específico alcance a delinearse, sin que la aguja se salve del scrashhhhhh. Se puede tener una idea de los momentos en que todo salta, todo brilla o todo se rompe, pero nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que está sucediendo en el espacio al tener que convivir con los otros asteroides dentro del mismo espacio.
Un humano es un humano mientras el giro en torno a sus miedos se reduce a pequeñas escaladas de desasosiego volátil: la búsqueda constante de ventanas a otras ventanas, de aberturas interdimensionales, de la salida al otro lado que a su vez contiene salidas y entradas y laberintos y acertijos. Un humano en busca de la escritura, entiende que de alguna forma la literatura es como la muerte, esa muerte que se transforma en vida al convertirse en todo lo que existe en este mundo y los otros mundos, esa muerte que hace de la materia etérea que nos constituye, un viajero eterno, interdimensional.

Sé muy bien que los destinos son humanos y que he de cumplir con la parte humana que me corresponde: es inevitable y trabajo arduamente para que todo quede bien hecho y culminado, para que quien lea mis diversas extrapolaciones entienda por qué Iliana, por qué; por qué la búsqueda constante de ventanas a otras ventanas, de aberturas interdimensionales, de la salida al otro lado que a su vez contiene salidas y entradas y laberintos y acertijos. Sé que mi naturaleza extraterrestre es incomprensible y que quizá sólo yo sé a qué me refiero cuando afirmo con tanta certeza que así soy: eso soy: un ser alienado llegado de algún asteroide errante, en busca de la palabra que transforme en mundo todo lo que vive contenido en mí, y parte de ese mundo se alimenta también con los brotes, los escondrijos, los hallazgos, los juegos de luces, sombras y movimientos que existen de este otro lado del mundo: el mundo inmediato, el mundo que avanza junto conmigo a cada paso.

martes, agosto 20, 2013

Veneno


La palabra que dice y llora. La palabra que se desenreda en el camino del colector de entrañas. La palabra que muerde hasta desintegrar las luces del faro en la otra orilla. La palabra durmiente que se abalanza con cuchillo y sierra eléctrica desde las raíces de todos los dientes. La palabra que arde en la inconsciencia del inocente verdugo a punto de estrenar el llanto ensangrentado de arrepentimiento. La palabra que antes de ser dicha se destornilla de lo más invertebrado del organismo para dejar constancia de que era casi imposible arrancarla de la cavidad estremecida en canto y llaga. La palabra desgajada, desmembrada en los cortes que ella misma va silabando en cada ideograma fónico al construirse en el aparato torácico-laríngeo. La palabra que se quisiera de oniria y membrana atómico polar y es de muerte, porque de sus pistilos brota la efervescencia de la costra herida dos, tres, cinco veces, y el humus de la ponzoña que gesta el dolor guardado en los peces voladores que incansables zarpan de la más profunda caverna.