“Debe ser el hábito de esperar que algo quiebre el unísono”.
Cerati/Soda Stéreo, Ángel eléctrico.
Y lo que ocurrió fue la madrugada del 6 de mayo de 2007 en el zócalo. Sé que mi semblanza puede parecer ridícula si se toma en cuenta que es una entre 18 000, pero sé que si nos lográramos volver a reunir y comparáramos nuestras impresiones sólo coincidiríamos en ciertos sucesos inevitables; las sensaciones y los pensamientos que acudieron a cada uno de nosotros difícilmente serán iguales.
Acompañada de dos cómplices incondicionales, llegamos en punto de las 4 de la madrugada al lugar acordado, sorprendidos de que la fila para entrar se convirtiera en cuatro hileras interminables que a momentos se tornaban en nudos caóticos, donde era difícil adivinar la dirección de avanzada. De hecho, mientras estábamos en casa esperando la hora de partir, bromeábamos especulando que seríamos los únicos tres locos encuerados en medio del zócalo vacío congelándonos ante la cámara de Tunick. ¡Ja! Cómo nos quedamos callados y con los ojos bien abiertos ante el desfile de tanta y tanta gente acercándose a la entrada.
Cuando logramos pasar y nos guiaron hacia la zona en la que debíamos esperar sentados hasta que terminara de entrar la gente, fue cuando sentí más frío y me cayó de golpe la idea de que en breve estaría desnuda junto a todos los que me estaban rodeando. Recuerdo que algunas muchachas empezaron a preocuparse porque la mayoría junto a nosotros eran hombres, e incluso me pidieron que me mantuviera cerca de ellas y de otras con quienes se estaban poniendo de acuerdo. No pude evitar reírme y decirles que al menos los hombres con quienes yo iba eran inofensivos en el sentido de que si bien les encantan las mujeres, no serían capaces de echárseles encima como perros hambrientos por tres razones: son respetuosos, uno de ellos iba conmigo y el otro está casado, y los dos estaban en plena pachequez, por lo que –como supe después– un cuerpo desnudo sin importar su género, lo mismo podría figurar un árbol, la lluvia, o una imagen reflejada en un espejo por otro espejo.
Creo que estuvimos sentados cerca de hora y media, y a momentos cabeceábamos o nos acurrucábamos para dormitar mientras seguía entrando gente. El barullo era increíble y lo mismo gritaban goyas, mentadas de madre a los que llegaban tarde y a los mirones de los balcones; hacían la ola, preguntaban por el baño… Y el frío estaba en su mero apogeo cuando por fin el fotógrafo se plantó frente a nosotros en una escalera y junto a su seudotraductor empezó a dar indicaciones (las mismas que se advertían en la página de internet) explicando lo de las posiciones y los lugares donde se llevarían a cabo las tomas. Ahí de plano el traductor balbuceaba ante las burlas de la mayoría, pues creo que era más fácil entender a Tunick que a él. Después de pedir un poco más de paciencia ambos se dirigieron al hotel Majestic, desde donde estaba instalado el equipo.
Nos sentamos de nuevo, platicamos un poco, alguien anunció por la bocina que en cinco minutos empezaría todo y empezó la movilización. Lo más difícil sería quitarse los zapatos, así que me los fui desatando y otros junto a mí hicieron lo mismo; nos quitamos los suéteres para tratar de acostumbrarnos al frío, pero no nos dio tiempo porque en eso salió Tunick de nuevo al balcón y bastante emocionado preguntó que si estábamos listos, que seguro la gente en Barcelona sentiría mucha envidia si supiera lo que estaba pasando ahí. De pronto sólo escuché “¡Now!” y se desató la euforia. Creo que mi último pensamiento fue “Ojalá que me acuerde dónde estoy dejando esto” mientras doblaba los pantalones dentro de la bolsa y acomodaba las botas junto a ésta; toda la ropa estaba ahí dentro.
Todos pasaban corriendo, creo que exageré un poco con eso de doblar la ropa, y Mote me apresuraba. Al fin me tomó de la mano y nos dirigimos al asta, recuerdo que fue como irse metiendo al mar poco a poco, sobre todo cuando el agua está fría y la arena es gruesa, con restos de caracolillos y conchitas, sólo que en este caso eran piedritas de pavimento que se encajaban en las plantas de los pies, y el frío era el aire tratando de traspasar nuestros cuerpos. Encontramos a Charly y nos quedamos junto a él, viendo cómo se iba llenando el espacio a nuestros lados, cómo sonreían todos buscando un cuadro en el cual refugiarse. El frío en los pies y el temblor de algunos cuerpos tardó en quitarse, pues fue difícil acomodarnos hasta llenar la explanada para empezar con las poses. La piedra estaba tan fría que cuando debíamos movernos hacia delante o atrás era posible percibir el calor de los pies de la persona que había estado ahí.
Aunque era la pose más fácil, Tunick tardó bastante en tomar la primera foto, sobre todo porque no se había llenado bien el espacio de atrás y la gente de allá –que seguro no escuchaba lo que él pedía– tardó bastante en hacer lo necesario. Además, a la deficiencia del sonido había que agregar las risas, los albures, las bromas, el mero juego que rolaba de un lado a otro; los únicos momentos donde hubo silencio fue cuando Spencer anunciaba que estaba listo para disparar. Entonces todos callábamos y hacíamos esfuerzos para no reírnos ni movernos, y estoy segura que escuché cada clic de la cámara. Aplausos. Yo sonreía y mis compañeros también, uno más que otro, que parecía estar en medio de un buen alucine. Los camarógrafos y reporteros habían salido de su escondite y todos apuntaban y lanzaban flashazos hacia nosotros desde una torre esquinada.
Tomamos de nuevo nuestro cuadro y en el balcón del hotel sustituyeron la imagen que ilustraba la pose A (de pie, en posición de firmes) por la B (acostados boca arriba). Tunick anunció que debíamos acostarnos con la cabeza hacia el asta, lo cual provocó un gran movimiento de los cuerpos buscando espacio entre los vecinos, tomando distancia para no pegarles con los pies en la cabeza o no chocar con el de atrás. En ese momento descubrí que la espalda es la parte del cuerpo más susceptible a los cambios de temperatura, porque no me costó trabajo sentarme, pero quedar completamente tendida fue un suplicio; de hecho, como los de atrás se tardaban tanto en hacerlo, hubo momentos en que hacía trampa y recargaba la cabeza arqueando la espalda hacia arriba. Con la mirada inevitablemente puesta en el cielo logré olvidarme del frío siguiendo los revoloteos de los pajarillos que se perseguían y giraban en torno del asta. El azul del amanecer era limpio, sin nubes y con una luz que le daba una intensidad eléctrica. Tunick repetía una y otra vez que todos debían acostarse con las cabezas en el suelo; los barullos nunca paraban y había quien empezaba a quejarse de la lentitud de los de atrás. Por fin anunciaron que se haría la toma y otra vez el silencio se apoderó del espacio, como si de ello dependiera que la foto saliera bien.
Al levantarnos y reacomodarnos, Charly me preguntó si por esa zona volaban murciélagos, y entre risas le dije que no, que los murciélagos no salen de día, que esos eran pajaritos.
La tercera posición fue la más dolorosa: debíamos arrodillarnos y hacernos bolita con la cabeza hacia abajo. Por supuesto las piedras del zócalo no son lisas, y las piedritas y los relieves se enterraban en rodillas y codos. Ahí sí sentía que no iba a aguantar, además la risa me ganaba porque se oía “¡Cuidado allá atrás!” y otro que contestaba “¡No vayan a soltar los pedos!”, y otros chistes que no recuerdo bien, sólo la risa y la desesperación porque faltaban muchos en adoptar la posición. De plano cerré los ojos y traté de pensar en otras cosas para no sentir cómo se me empezaban a entumir las piernas. Estábamos viendo hacia la catedral, pero en una posición que recordaba la reverencia que se hace en las mezquitas y empecé a imaginar cómo se vería la foto, descontextualizada de todas formas porque no aparecería la catedral, pero por la posición del asta y los otros edificios podría adivinarse su ubicación.
La voz de Tunick se escuchó por el altavoz pidiendo paciencia, asegurándonos que la imagen era hermosa. Esta vez el silencio duró mucho más, y fue hasta que empecé a percibir movimientos lentos y murmullos alrededor cuando entendí que la foto estaba tomada. Yo también me levanté despacio y me movía de un lado a otro para desentumirme. Estábamos contentos porque las tres primeras poses habían quedado listas y lo que seguiría en adelante sería improvisación, pues supongo que Tunick había planeado algo cuando estudió el espacio y las posibilidades de explotarlo, pero ahora tenía que adecuarse a la cantidad de gente y al tiempo disponible antes de que el sol se posara por completo sobre nosotros.
Cerati/Soda Stéreo, Ángel eléctrico.
Y lo que ocurrió fue la madrugada del 6 de mayo de 2007 en el zócalo. Sé que mi semblanza puede parecer ridícula si se toma en cuenta que es una entre 18 000, pero sé que si nos lográramos volver a reunir y comparáramos nuestras impresiones sólo coincidiríamos en ciertos sucesos inevitables; las sensaciones y los pensamientos que acudieron a cada uno de nosotros difícilmente serán iguales.
Acompañada de dos cómplices incondicionales, llegamos en punto de las 4 de la madrugada al lugar acordado, sorprendidos de que la fila para entrar se convirtiera en cuatro hileras interminables que a momentos se tornaban en nudos caóticos, donde era difícil adivinar la dirección de avanzada. De hecho, mientras estábamos en casa esperando la hora de partir, bromeábamos especulando que seríamos los únicos tres locos encuerados en medio del zócalo vacío congelándonos ante la cámara de Tunick. ¡Ja! Cómo nos quedamos callados y con los ojos bien abiertos ante el desfile de tanta y tanta gente acercándose a la entrada.
Cuando logramos pasar y nos guiaron hacia la zona en la que debíamos esperar sentados hasta que terminara de entrar la gente, fue cuando sentí más frío y me cayó de golpe la idea de que en breve estaría desnuda junto a todos los que me estaban rodeando. Recuerdo que algunas muchachas empezaron a preocuparse porque la mayoría junto a nosotros eran hombres, e incluso me pidieron que me mantuviera cerca de ellas y de otras con quienes se estaban poniendo de acuerdo. No pude evitar reírme y decirles que al menos los hombres con quienes yo iba eran inofensivos en el sentido de que si bien les encantan las mujeres, no serían capaces de echárseles encima como perros hambrientos por tres razones: son respetuosos, uno de ellos iba conmigo y el otro está casado, y los dos estaban en plena pachequez, por lo que –como supe después– un cuerpo desnudo sin importar su género, lo mismo podría figurar un árbol, la lluvia, o una imagen reflejada en un espejo por otro espejo.
Creo que estuvimos sentados cerca de hora y media, y a momentos cabeceábamos o nos acurrucábamos para dormitar mientras seguía entrando gente. El barullo era increíble y lo mismo gritaban goyas, mentadas de madre a los que llegaban tarde y a los mirones de los balcones; hacían la ola, preguntaban por el baño… Y el frío estaba en su mero apogeo cuando por fin el fotógrafo se plantó frente a nosotros en una escalera y junto a su seudotraductor empezó a dar indicaciones (las mismas que se advertían en la página de internet) explicando lo de las posiciones y los lugares donde se llevarían a cabo las tomas. Ahí de plano el traductor balbuceaba ante las burlas de la mayoría, pues creo que era más fácil entender a Tunick que a él. Después de pedir un poco más de paciencia ambos se dirigieron al hotel Majestic, desde donde estaba instalado el equipo.
Nos sentamos de nuevo, platicamos un poco, alguien anunció por la bocina que en cinco minutos empezaría todo y empezó la movilización. Lo más difícil sería quitarse los zapatos, así que me los fui desatando y otros junto a mí hicieron lo mismo; nos quitamos los suéteres para tratar de acostumbrarnos al frío, pero no nos dio tiempo porque en eso salió Tunick de nuevo al balcón y bastante emocionado preguntó que si estábamos listos, que seguro la gente en Barcelona sentiría mucha envidia si supiera lo que estaba pasando ahí. De pronto sólo escuché “¡Now!” y se desató la euforia. Creo que mi último pensamiento fue “Ojalá que me acuerde dónde estoy dejando esto” mientras doblaba los pantalones dentro de la bolsa y acomodaba las botas junto a ésta; toda la ropa estaba ahí dentro.
Todos pasaban corriendo, creo que exageré un poco con eso de doblar la ropa, y Mote me apresuraba. Al fin me tomó de la mano y nos dirigimos al asta, recuerdo que fue como irse metiendo al mar poco a poco, sobre todo cuando el agua está fría y la arena es gruesa, con restos de caracolillos y conchitas, sólo que en este caso eran piedritas de pavimento que se encajaban en las plantas de los pies, y el frío era el aire tratando de traspasar nuestros cuerpos. Encontramos a Charly y nos quedamos junto a él, viendo cómo se iba llenando el espacio a nuestros lados, cómo sonreían todos buscando un cuadro en el cual refugiarse. El frío en los pies y el temblor de algunos cuerpos tardó en quitarse, pues fue difícil acomodarnos hasta llenar la explanada para empezar con las poses. La piedra estaba tan fría que cuando debíamos movernos hacia delante o atrás era posible percibir el calor de los pies de la persona que había estado ahí.
Aunque era la pose más fácil, Tunick tardó bastante en tomar la primera foto, sobre todo porque no se había llenado bien el espacio de atrás y la gente de allá –que seguro no escuchaba lo que él pedía– tardó bastante en hacer lo necesario. Además, a la deficiencia del sonido había que agregar las risas, los albures, las bromas, el mero juego que rolaba de un lado a otro; los únicos momentos donde hubo silencio fue cuando Spencer anunciaba que estaba listo para disparar. Entonces todos callábamos y hacíamos esfuerzos para no reírnos ni movernos, y estoy segura que escuché cada clic de la cámara. Aplausos. Yo sonreía y mis compañeros también, uno más que otro, que parecía estar en medio de un buen alucine. Los camarógrafos y reporteros habían salido de su escondite y todos apuntaban y lanzaban flashazos hacia nosotros desde una torre esquinada.
Tomamos de nuevo nuestro cuadro y en el balcón del hotel sustituyeron la imagen que ilustraba la pose A (de pie, en posición de firmes) por la B (acostados boca arriba). Tunick anunció que debíamos acostarnos con la cabeza hacia el asta, lo cual provocó un gran movimiento de los cuerpos buscando espacio entre los vecinos, tomando distancia para no pegarles con los pies en la cabeza o no chocar con el de atrás. En ese momento descubrí que la espalda es la parte del cuerpo más susceptible a los cambios de temperatura, porque no me costó trabajo sentarme, pero quedar completamente tendida fue un suplicio; de hecho, como los de atrás se tardaban tanto en hacerlo, hubo momentos en que hacía trampa y recargaba la cabeza arqueando la espalda hacia arriba. Con la mirada inevitablemente puesta en el cielo logré olvidarme del frío siguiendo los revoloteos de los pajarillos que se perseguían y giraban en torno del asta. El azul del amanecer era limpio, sin nubes y con una luz que le daba una intensidad eléctrica. Tunick repetía una y otra vez que todos debían acostarse con las cabezas en el suelo; los barullos nunca paraban y había quien empezaba a quejarse de la lentitud de los de atrás. Por fin anunciaron que se haría la toma y otra vez el silencio se apoderó del espacio, como si de ello dependiera que la foto saliera bien.
Al levantarnos y reacomodarnos, Charly me preguntó si por esa zona volaban murciélagos, y entre risas le dije que no, que los murciélagos no salen de día, que esos eran pajaritos.
La tercera posición fue la más dolorosa: debíamos arrodillarnos y hacernos bolita con la cabeza hacia abajo. Por supuesto las piedras del zócalo no son lisas, y las piedritas y los relieves se enterraban en rodillas y codos. Ahí sí sentía que no iba a aguantar, además la risa me ganaba porque se oía “¡Cuidado allá atrás!” y otro que contestaba “¡No vayan a soltar los pedos!”, y otros chistes que no recuerdo bien, sólo la risa y la desesperación porque faltaban muchos en adoptar la posición. De plano cerré los ojos y traté de pensar en otras cosas para no sentir cómo se me empezaban a entumir las piernas. Estábamos viendo hacia la catedral, pero en una posición que recordaba la reverencia que se hace en las mezquitas y empecé a imaginar cómo se vería la foto, descontextualizada de todas formas porque no aparecería la catedral, pero por la posición del asta y los otros edificios podría adivinarse su ubicación.
La voz de Tunick se escuchó por el altavoz pidiendo paciencia, asegurándonos que la imagen era hermosa. Esta vez el silencio duró mucho más, y fue hasta que empecé a percibir movimientos lentos y murmullos alrededor cuando entendí que la foto estaba tomada. Yo también me levanté despacio y me movía de un lado a otro para desentumirme. Estábamos contentos porque las tres primeras poses habían quedado listas y lo que seguiría en adelante sería improvisación, pues supongo que Tunick había planeado algo cuando estudió el espacio y las posibilidades de explotarlo, pero ahora tenía que adecuarse a la cantidad de gente y al tiempo disponible antes de que el sol se posara por completo sobre nosotros.