El texto que están a punto de leer fue escrito con la intención de retomar los elementos característicos de la poesía de Alejandra Pizarnik. Es una especie de homenaje y a la vez la nota de despedida que me hubiera gustado leer la mañana que fue encontrada muerta en su habitación. Lo escribí hace tiempo e incluso fue publicado hace un par de años en la página de Fatal Espejo, pero en días recientes lo reencontré y aquí lo presento revisado y corregido.
Además, creo que es una buena forma de desempolvar este sitio, que ya me pedía a gritos que le diera la atención y los cuidados necesarios. Por cierto, gracias a quienes han llegado por accidente y han echado un vistazo a los escritos anteriores, espero que éste también les guste y anden por aquí más seguido.
La que soñó, la que fue soñada
La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Por hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real, pues ésta no existe: es literatura.
A.P.
Silencio. No quiero que me escuchen cantar cuando muero. Silencio tumultuoso, lleno de tragedias, lágrimas de infancia sin asumir; inventar que el tiempo es más rápido que la resolución de encontrarme en mí, en ella, en la que fui pero no soy. No existo. Escribo y fantaseo literatura para concebir un cuerpo humano maduro y vivido, pero sobre todo ficticio.
Todo poema, toda frase, toda la palabra, incluso la pequeñez que redondea a cada letra, no es más que la forma tan eficaz que ha encontrado la imaginación en su complicidad con la fantasía para atraparnos en esa red tan viscosa que suele ser la inocencia.
Pero la verdad es que todo es mentira, todo lo que se puede decir es mentira (AP). Mentira es lo que existe cuando la palabra no es hermana de la realidad –si realidad es hacer lo que pienso, escribo y digo-. Todo, y aún más los verbos que suelen burlarse y mentir: son tan hipócritas que lloran cuando dicen reír y yo no soy capaz de temblar cuando digo tiemblo.
El silencio se vuelve tan estrepitoso entre las palabras, que cuesta trabajo hablar lo suficientemente fuerte para que se calle.
Mejor escuchar a las muñequitas tristes con coronas de papel dorado: oyen y sonríen, y también preguntan todo porque aseguran que no lo saben, preguntan si nacieron huérfanas o si fueron paridas por el pájaro en la jaula; ignoran que su madre es muda, de brazos de papel húmedo, de ojos negros de oquedad, rama seca su cuerpo.
De los caprichos que tengo en la vida sólo se realizan aquellos que se pulsan a través de la obsesión: la soledad no comparte nada con las palabras. El lenguaje finge mutismo, da vida al silencio; descubro que para ser silencio necesito hablar pero para ser lenguaje sólo tengo que actuar. La única salida es ejecutar a las palabras con sus acentos y ortografías hasta que se desangren como las niñas de la reina; que escurran líquido transformado en letra, letra que respire aire, no tinta.
Encontrar casualidades como que con la A doy inicio a Alicia y Alejandra. Alicia soy cuando el cuento del té y el conejito se vuelven transparentes. Alejandra soy cuando voy de paseo ausente de lucidez y repleto de delirio; me pierdo, me desparramo, me dejo llevar por el absurdo –si el absurdo no fuera tan melancólico, yo no existiría-.
Ya no sonrío porque la sonrisa implica ser feliz. Si no llorara tanto, entonces lo sería. ¿Llorar de felicidad? Cuando te mueras. Las lágrimas son buenas. Llenan de sal la dulzura de saberse extraviado, asustado, olvidado.
¿Por qué intentar zafarme de la locura?
No quiero soñar y morir al mismo tiempo. Que la muerte me encuentre despierta, que me pique los ojos, que me tape la boca para no gritar de alegría; que me haga sentir lo que desde siempre estoy sintiendo.
Después de la muerte el sueño. Cuando estoy en la muerte el sueño. Dormirme de muerta y que la muerte me platique sus sueños, y así, durmiendo, morirme de sueño. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar (AP).
Aprender a hablar y luego a escribir y seguir así todo el tiempo: tanto tiempo que dura la vida sin existir. Creer en las letras y los sonidos que se entrelazan para que el lenguaje no se quede ahí tirado en el olvido de alguna garganta ambigua, inocua, estéril.
Quiero nombrar palabras y sentir el peso de su significado sobre mi pecho, que el lenguaje ya no trabe mi lengua, mejor que salga a envenenar el aire con su capricho de querer ser.
El problema del poema es que no le dio tiempo de hacerse creer, no pudo pronunciar una sola palabra sin tropezar con la voz que lo leía para recordarle que por ningún lado estaba vivo.
Alicia-Alejandra. Todo surgió para ser contado en los libros, con palabras y dibujos, con tinta que vive en hojas para luego quemarlas por la boca y apagarlas en el aire. Aseguro que la mano que me escribe no es la de Dios, es la de mi sombra embellecida por un yo que se ha topado consigo mismo. ¿Por qué no me dejo ser lo que soy –si es que algo en mí es-?
Imagino que la vida real no puede ser tan caótica como para inventarme. La literatura sí. ¿O acaso es que nadie entiende la tentación que siento al afirmar a la literatura como vida real?
¡Dentro del lenguaje se encuentra mi única posibilidad de ser! Y no hablo del tuyo. No me refiero al lenguaje que sé hablar inmediatamente después de intentar degollar a cada palabra pronunciada para convertirla en discurso volador, de los que nunca se quedan a charlar. Blá, blá, blá… Y así infinitas veces sin percatarte de un solo roce transformado en materia, en silueta, en sombra.
El lenguaje que yo busco es el imposible: el de las mentiras, el inconsciente, el que se estrecha con los ojos y el pensamiento; el que se escucha pero no se toca, el invisible, donde estoy yo.
Que yo diga muero y no pueda morir es la razón por la que aún respiro. Observo, palpo, tiento todo lo que materializa a mis deseos. Un sentir nulo de abstracciones, de sueños sombreados por olvido errante. Salgo a la calle y siento la desilusión del sol al descubrir que lo que le faltan no son rayos sino ganas de alumbrar. ¿Y quién tiene ganas de tocar a otros, de hablarles, de escucharlos, de sentir su tan áspera, sucia e incomprensible presencia? Me pregunto cómo hacen los demás para soportar el hecho de vivir (AP). Hasta el mundo quiere morirse, de tan triste que está de quienes viven sobre él, esos que intentan vengarse de Dios y acabar con su creación.
Por la mañana o por la noche es lo mismo: al sol siempre le faltan rayos para iluminarme y hacerme sentir el calor de los muertos. Desde que la luna hace posible mi sombra en el aire que humea de cansancio, sólo juego a embrujarte, a tratar de asesinar pronto a las palabras, a todo lo que en mí se pronuncia tan fuerte que ensordezco: Y yo sola con mis voces, y tú, tanto estás del otro lado que te confundo conmigo (AP).
Además, creo que es una buena forma de desempolvar este sitio, que ya me pedía a gritos que le diera la atención y los cuidados necesarios. Por cierto, gracias a quienes han llegado por accidente y han echado un vistazo a los escritos anteriores, espero que éste también les guste y anden por aquí más seguido.
La que soñó, la que fue soñada
La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Por hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real, pues ésta no existe: es literatura.
A.P.
Silencio. No quiero que me escuchen cantar cuando muero. Silencio tumultuoso, lleno de tragedias, lágrimas de infancia sin asumir; inventar que el tiempo es más rápido que la resolución de encontrarme en mí, en ella, en la que fui pero no soy. No existo. Escribo y fantaseo literatura para concebir un cuerpo humano maduro y vivido, pero sobre todo ficticio.
Todo poema, toda frase, toda la palabra, incluso la pequeñez que redondea a cada letra, no es más que la forma tan eficaz que ha encontrado la imaginación en su complicidad con la fantasía para atraparnos en esa red tan viscosa que suele ser la inocencia.
Pero la verdad es que todo es mentira, todo lo que se puede decir es mentira (AP). Mentira es lo que existe cuando la palabra no es hermana de la realidad –si realidad es hacer lo que pienso, escribo y digo-. Todo, y aún más los verbos que suelen burlarse y mentir: son tan hipócritas que lloran cuando dicen reír y yo no soy capaz de temblar cuando digo tiemblo.
El silencio se vuelve tan estrepitoso entre las palabras, que cuesta trabajo hablar lo suficientemente fuerte para que se calle.
Mejor escuchar a las muñequitas tristes con coronas de papel dorado: oyen y sonríen, y también preguntan todo porque aseguran que no lo saben, preguntan si nacieron huérfanas o si fueron paridas por el pájaro en la jaula; ignoran que su madre es muda, de brazos de papel húmedo, de ojos negros de oquedad, rama seca su cuerpo.
De los caprichos que tengo en la vida sólo se realizan aquellos que se pulsan a través de la obsesión: la soledad no comparte nada con las palabras. El lenguaje finge mutismo, da vida al silencio; descubro que para ser silencio necesito hablar pero para ser lenguaje sólo tengo que actuar. La única salida es ejecutar a las palabras con sus acentos y ortografías hasta que se desangren como las niñas de la reina; que escurran líquido transformado en letra, letra que respire aire, no tinta.
Encontrar casualidades como que con la A doy inicio a Alicia y Alejandra. Alicia soy cuando el cuento del té y el conejito se vuelven transparentes. Alejandra soy cuando voy de paseo ausente de lucidez y repleto de delirio; me pierdo, me desparramo, me dejo llevar por el absurdo –si el absurdo no fuera tan melancólico, yo no existiría-.
Ya no sonrío porque la sonrisa implica ser feliz. Si no llorara tanto, entonces lo sería. ¿Llorar de felicidad? Cuando te mueras. Las lágrimas son buenas. Llenan de sal la dulzura de saberse extraviado, asustado, olvidado.
¿Por qué intentar zafarme de la locura?
No quiero soñar y morir al mismo tiempo. Que la muerte me encuentre despierta, que me pique los ojos, que me tape la boca para no gritar de alegría; que me haga sentir lo que desde siempre estoy sintiendo.
Después de la muerte el sueño. Cuando estoy en la muerte el sueño. Dormirme de muerta y que la muerte me platique sus sueños, y así, durmiendo, morirme de sueño. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar (AP).
Aprender a hablar y luego a escribir y seguir así todo el tiempo: tanto tiempo que dura la vida sin existir. Creer en las letras y los sonidos que se entrelazan para que el lenguaje no se quede ahí tirado en el olvido de alguna garganta ambigua, inocua, estéril.
Quiero nombrar palabras y sentir el peso de su significado sobre mi pecho, que el lenguaje ya no trabe mi lengua, mejor que salga a envenenar el aire con su capricho de querer ser.
El problema del poema es que no le dio tiempo de hacerse creer, no pudo pronunciar una sola palabra sin tropezar con la voz que lo leía para recordarle que por ningún lado estaba vivo.
Alicia-Alejandra. Todo surgió para ser contado en los libros, con palabras y dibujos, con tinta que vive en hojas para luego quemarlas por la boca y apagarlas en el aire. Aseguro que la mano que me escribe no es la de Dios, es la de mi sombra embellecida por un yo que se ha topado consigo mismo. ¿Por qué no me dejo ser lo que soy –si es que algo en mí es-?
Imagino que la vida real no puede ser tan caótica como para inventarme. La literatura sí. ¿O acaso es que nadie entiende la tentación que siento al afirmar a la literatura como vida real?
¡Dentro del lenguaje se encuentra mi única posibilidad de ser! Y no hablo del tuyo. No me refiero al lenguaje que sé hablar inmediatamente después de intentar degollar a cada palabra pronunciada para convertirla en discurso volador, de los que nunca se quedan a charlar. Blá, blá, blá… Y así infinitas veces sin percatarte de un solo roce transformado en materia, en silueta, en sombra.
El lenguaje que yo busco es el imposible: el de las mentiras, el inconsciente, el que se estrecha con los ojos y el pensamiento; el que se escucha pero no se toca, el invisible, donde estoy yo.
Que yo diga muero y no pueda morir es la razón por la que aún respiro. Observo, palpo, tiento todo lo que materializa a mis deseos. Un sentir nulo de abstracciones, de sueños sombreados por olvido errante. Salgo a la calle y siento la desilusión del sol al descubrir que lo que le faltan no son rayos sino ganas de alumbrar. ¿Y quién tiene ganas de tocar a otros, de hablarles, de escucharlos, de sentir su tan áspera, sucia e incomprensible presencia? Me pregunto cómo hacen los demás para soportar el hecho de vivir (AP). Hasta el mundo quiere morirse, de tan triste que está de quienes viven sobre él, esos que intentan vengarse de Dios y acabar con su creación.
Por la mañana o por la noche es lo mismo: al sol siempre le faltan rayos para iluminarme y hacerme sentir el calor de los muertos. Desde que la luna hace posible mi sombra en el aire que humea de cansancio, sólo juego a embrujarte, a tratar de asesinar pronto a las palabras, a todo lo que en mí se pronuncia tan fuerte que ensordezco: Y yo sola con mis voces, y tú, tanto estás del otro lado que te confundo conmigo (AP).
Hace un rato la jaula salió volando de nuevo y la muñequita se puso a llorar. Su corona de papel dorado se mojó con las lágrimas del pájaro muerto que también se fue volando. Lloraba por no encontrar la desesperanza, un pájaro llamado azul.
Si estuviera aquí Alicia ya los hubiera callado a todos. Pero aquí está Alejandra, y sin quererlo, sin pensarlo –por fin-, los ha soñado a todos. Soñar el sueño nada más porque sí, porque si no sueño nadie más me soñará.
Creí no tener conflictos con Dios (él siempre tan solo, yo siempre tan sola), pero ahora me enfurece saber que él ha muerto y yo no. ¿Por qué nadie me pide muerta, me clama muerta, me llora muerta, me siente muerta?
¡Si al menos todos –y todos no puedo ser sólo yo- movieran la lengua para escupirla lenguaje y así poder existir!
La reina asesina niñas porque nadie la mató a ella. Así yo. Así mato todo lo que me rodea y que nunca me hizo sangrar alguna vez por la boca. Así escribo mi muerte.
¿Por qué llora la muñequita? No hablo mi muerte porque el silencio y la idea de permanencia me la regresan a bofetadas. Alguna vez/ alguna vez tal vez/ me iré sin quedarme/ me iré como quien se va (AP).
Ahora sólo suena la música ceniza. El espejo me mira empañado de ceniza. ¡Pobre pájaro muerto, volará en cenizas! ¿Por qué llora la muñequita?
Ya pronto todo será cierto, todo lo que quieres será cierto.
Cuando al sol le salgan todos sus rayos y por fin me iluminen de muerto.
Cuando yo nazca y el mar me devuelva en ceniza mi alma.
Cuando el poema se entere del silencio de las cosas y de cualquier forma las cosas de ceniza existan. Porque yo no. Yo Alejandra-Alicia sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra (AP); sé que me sueño sola de ceniza, de canto nocturno, de muñequita llorona, de silencio me envuelvo. En un momento, sólo la tierra sobre mis párpados secos.
Si estuviera aquí Alicia ya los hubiera callado a todos. Pero aquí está Alejandra, y sin quererlo, sin pensarlo –por fin-, los ha soñado a todos. Soñar el sueño nada más porque sí, porque si no sueño nadie más me soñará.
Creí no tener conflictos con Dios (él siempre tan solo, yo siempre tan sola), pero ahora me enfurece saber que él ha muerto y yo no. ¿Por qué nadie me pide muerta, me clama muerta, me llora muerta, me siente muerta?
¡Si al menos todos –y todos no puedo ser sólo yo- movieran la lengua para escupirla lenguaje y así poder existir!
La reina asesina niñas porque nadie la mató a ella. Así yo. Así mato todo lo que me rodea y que nunca me hizo sangrar alguna vez por la boca. Así escribo mi muerte.
¿Por qué llora la muñequita? No hablo mi muerte porque el silencio y la idea de permanencia me la regresan a bofetadas. Alguna vez/ alguna vez tal vez/ me iré sin quedarme/ me iré como quien se va (AP).
Ahora sólo suena la música ceniza. El espejo me mira empañado de ceniza. ¡Pobre pájaro muerto, volará en cenizas! ¿Por qué llora la muñequita?
Ya pronto todo será cierto, todo lo que quieres será cierto.
Cuando al sol le salgan todos sus rayos y por fin me iluminen de muerto.
Cuando yo nazca y el mar me devuelva en ceniza mi alma.
Cuando el poema se entere del silencio de las cosas y de cualquier forma las cosas de ceniza existan. Porque yo no. Yo Alejandra-Alicia sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra (AP); sé que me sueño sola de ceniza, de canto nocturno, de muñequita llorona, de silencio me envuelvo. En un momento, sólo la tierra sobre mis párpados secos.