La palabra que dice y llora. La palabra que se desenreda en
el camino del colector de entrañas. La palabra que muerde hasta desintegrar las
luces del faro en la otra orilla. La palabra durmiente que se abalanza con
cuchillo y sierra eléctrica desde las raíces de todos los dientes. La palabra
que arde en la inconsciencia del inocente verdugo a punto de estrenar el llanto
ensangrentado de arrepentimiento. La palabra que antes de ser dicha se
destornilla de lo más invertebrado del organismo para dejar constancia de que
era casi imposible arrancarla de la cavidad estremecida en canto y llaga. La
palabra desgajada, desmembrada en los cortes que ella misma va silabando en
cada ideograma fónico al construirse en el aparato torácico-laríngeo. La
palabra que se quisiera de oniria y membrana atómico polar y es de muerte,
porque de sus pistilos brota la efervescencia de la costra herida dos, tres,
cinco veces, y el humus de la ponzoña que gesta el dolor guardado en los peces
voladores que incansables zarpan de la más profunda caverna.