martes, julio 26, 2005

Volviendo todo a su lugar

Aquel día dejó de existir la realidad como la conocía hasta entonces; alrededor todo parecía ir a una velocidad distinta: las voces distorsionadas y sin sentido, los movimientos veloces, los rostros ajenos, ajenos, lejanos. No podía entender que las personas sonrieran, que gritaran anunciando sus productos, que los novios se besaran, que estuvieran abiertos los bares y restaurantes con letreros a colores, que los semáforos funcionaran. No sentía el aire llenando mis pulmones, no quería detenerme a pensar, no quería imaginar.
Pero era cierto, miré a mi hermana y supe que era cierto, la abracé fuerte y lloramos juntas hasta que nos dijeron que debíamos subir al coche para ir a la funeraria. Todos estaban ahí. Era cierto.
Nunca había estado en un lugar así. Nunca se había muerto alguien a quien yo conociera poco pero quisiera tanto. A excepción de Laika, nadie. Todo fue confuso y doloroso desde entonces. Miraba a todos, miraba a la calle, había momentos de calma y hasta de risas, pero en verdad todo era para no pensar, para no sentir. Mi papá me explicó que así pasa con los cuerpos cuando están muy cansados y deteriorados, que no duran para siempre, que tienen que descansar, y que un día le va a pasar a él. Yo lo entendía, yo lo entiendo, pero la tristeza es otra cosa, el vacío es otra cosa que no tiene explicación, sólo aparece de repente, sin aviso, como dolor de estómago pero en el pecho, y estalla inundando los ojos.
Se veía tranquila y sonriente cuando nos despedimos de ella. No me había atrevido a mirarla, hasta que fui con mis hermanos. La quisimos mucho y la cuidamos, aunque a veces también nos desesperaba con sus caprichos de niña chiquita. Vivió con nosotros 15 años, pero sola de todas formas, porque mi abuelito murió antes que yo naciera y no se volvió a casar. De siete hijos que tuvo, sólo una -además de mi mamá- la veían en fechas distintas a la navidad o su cumpleaños, hasta que empezó a agudizarse y complicarse su diabetes, mesclándoze con otras enfermedades.
Sí, lo que más me duele y enfurece hasta ahora es su soledad, su abandono, la tristeza que le llegaba en las tardes y en las noches, su deseo de que le llamaran, que la visitaran, y la indiferencia de todos ellos.
Lo más duro fue mirar cómo depositaban su ataúd cerrado en la gaveta; cómo sellaban con cemento la lápida; cómo quedaba la pared gris, fría, vacía, y ella detrás, con la doble oscuridad: la del ataúd cerrado y la de la gaveta cerrada. Y nosotros ahí afuera, del otro lado, inconscientes ya de nuestras lágrimas, abrazándonos fuerte, temblando, tratando de aceptar.
De regreso todo parecía nebuloso, sin sentido. Mis hermanos y yo hicimos un pacto, y nos dimos cuenta de que nunca seremos como mis tíos, porque fuimos los únicos que nos limpiamos las lágrimas y los mocos mutuamente, y estuvimos juntos para evitar la caída que se anunciaba en cada empalidecimiento; me hicieron sentir parte de ellos otra vez aunque ya no vivamos en la misma casa, y me hicieron entender que mientras sigamos como hasta ahora nunca nos faltará nada.
En los días que han pasado desde entonces, poco a poco, lentamente, todo está ocupando su lugar de nuevo, pero al mismo tiempo, todo es diferente: el aire, la calle, la comida, los objetos; todo parece haberse transformado, como si se estuviera reacomodando en un nuevo espacio.
Trato de encontrar de nuevo el equilibrio entre el sentir y el pensar, y entiendo que sólo la muerte podía quitarle el sufrimiento del cuerpo, pero ¿y su espíritu? ¿Estará con ese dios al que tanta fe le tenía y le rezaba? ¿Se habrá dispersado por todo el universo y ahora nos mira, nos oye, nos siente de distintas formas, de distintas perspectivas? ¿Se habrá reencontrado con el espíritu de sus papás, de mi abuelito?
Tengo muchas dudas, muchas, para las que creía tener respuestas; pero hasta ahora comprendo que nadie aquí y ahora las tiene, que cada quién las tendrá en su momento.
Por lo pronto, despacio, regreso a lo cotidiano, conciente de que los sucesos extra-ordinarios invaden de un momento a otro cualquier morada sin miramientos, sin la coraza invisible que nos otorga la imaginación cuando acudimos a ella para crearlos.
Agradezco a quienes me han dado ánimos estos días. Va bien, pero es difícil enfrentar al recuerdo.

No hay comentarios.: