Iba el joven pensando en lo que debería comprar para preparar la comida antes de que su hambrienta amada llegara a casa. Había pasado dos estaciones desde que subió al metro, cuando le llamó la atención el fuerte olor a quemado que empezaba a filtrarse por la ventana, pero se intrigó más al mirar el humo que acompañaba a aquel olor. La gente empezó a alarmarse, pues el humo pronto inundó el vagón y parecía que la velocidad disminuía. El joven también se impacientaba, sobre todo porque miró hacia el vagón vecino y no alcanzaba a distinguir más que la blanca densidad del humo... Al fin llegaron a la siguiente estación, y antes de decidir si bajaba y se iba caminando a casa, el joven fue arrastrado por remolinos de mujeres histéricas que habían tomado a sus hijos en brazos y salían corriendo, gritando: "¡El metro se está quemando!", realmente angustiadas y desesperadas. Y ni qué decir de la gente que salió huyendo del vagón vecino, algunos llorando de miedo... El pánico se desencadenó a lo largo del andén y todos los vagones fueron desalojados entre atropellos.
Ya en la calle, sin dejar de pensar en la irresponsabilidad de los encargados del mantenimiento, el joven recordó haber escuchado un sonido como de algo reventándose antes de percibir el olor a quemado y el humo blanco... Plástico. Llanta. Refacción... Qué miedo.
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