lunes, octubre 03, 2005

Despojarse de los sueños

¿A quién no le ha ocurrido que despierta con la angustia en el estómago, con una imagen latente en la cabeza, con una sensación de náusea y terror? ¿Y además, después de reconocer poco a poco y por completo la habitación hasta despertar, ir al baño, bañarse, desayunar, salir a la calle y esquivar los obstáculos necesarios para llegar al trabajo, la sensación de náusea y el terror persisten?
El día de hoy, a esta hora que por fin puedo hilar más o menos las ideas para escribir esto, denuncio que las partículas del mundo onírico se han quedado en mi psique, dejándome totalmente inerme ante las peculiaridades cotidianas de la vigilia. Puedo caminar, puedo hablar, puedo leer e incluso teclear este aparato, pero me duele aceptar que la coherencia y la concentración han sido sustituídas, desde que abrí los ojos hasta este momento, por la incógnita, la incertidumbre y la necedad de querer descifrar las imágenes tan horrorosas que se aparecieron anoche en mi espacio.
No atiendo, no atiendo, no entiendo, no hablo siquiera con la voz fuerte y clara de todos los días; el mareo y esto de andar chocando con los muebles o la pared cada que voy al baño, son síntomas claros de que ni dormí ni estuve insomne. Entonces... ¿Esas imágenes fueron -una vez más- terribles predicciones de un futuro cercano?
Ahora sé que no todo el sueño fue angustiante, hay pedazos que no recuerdo. Sólo persisten, a cada parpadeo, las figuras de amigos cercanos que se preguntan por qué nos tocó semejante responsabilidad, por qué nosotros, tan absurdos y vulnerables, debemos calmar la furia de Dios. Sí, ahí estaba Dios castigándonos con tormentas de arena cada vez más densas, granos más gruesos, haciendo irrespirable el aire, a punto de asfixiarnos, de no ser por la guarida que encontramos los 6, al mismo tiempo, después de atravesar distintos puntos de la ciudad.
También estaba la voz sin cuerpo, el eco de algún mensajero divino, que nos pedía capturar a todos los murciélagos del mundo y tragárnoslos vivos, e impedir que se reproducieran sus nefastos aleteos.
Poco después, en una lucha que llevábamos a cabo haciendo bailes en los que se mezclaban pasos primitivos con brincos de luchadores y un poco de cumbia, todo eso sobre un colchón enorme y viejo, nuestra pista de baile. Al terminar, creyendo que con ello habíamos logrado vencer, un demonio calvo salió debajo de la cama y mientras soltaba estruendosas carcajadas por una boca, otra boca procedente de su pecho, nos ordenó que despellejáramos el colchón, separando la capa superficial que cubría el relleno... Entonces apareció un niño recién nacido con la mitad del cuerpo desparramada -las tripas, el cerebro, el ojo- y la otra intacta. Él debía darnos la última clave para salvar a los pocos seres vivos que quedaban en el mundo.
***
Iba a decir que fue cuando desperté, pero algo me dice que no lo he hecho aún.

1 comentario:

Silencio dijo...

Orale, que miedo, yo ando hablando con Tristan sobre el fin del mundo que he venido a ver, pero no me lo imaginaba así, que diablos, tiene que contarme todo con detalle...