jueves, noviembre 10, 2005

Conociendo a los hermanos Quay

Instituto Benjamenta
Hermanos Quay, 1995

Alberto Chimal ya nos había contado de los hermanos Quay. Las imágenes de las que hablaba en aquel texto eran bastante sugerentes para una percepción como la nuestra, que no encuentra descanso al tratar de transformar situaciones o temas comunes aplicándoles cambios sutiles, casi imperceptibles, pero decisivos para quebrantar la línea recta de todo orden “incorruptible”.
Así, en lo que uno puede, dependiendo de las facultades y capacidades de cada cual para sobresalir del convencionalismo que asfixia a esta ciudad, vamos ejerciendo azotes o golpes secos contra alguna muralla invisible -pero tangible- como lo es la cotidianidad en la que nos sumergimos por inercia, y de la que luchamos por salir sea como sea.
-¿Y qué necesidad hay de transformar lo que uno mira, lo que uno toca, lo que huele, lo que está a su alrededor pero que no hay manera de controlar?, se preguntará el inclemente abogado defensor de la moda actual (en la pintura y literatura, sobre todo) que es imitar la realidad hasta sus últimas consecuencias.
-Pues la necesidad de participar en la deconstrucción de las imágenes, los conceptos, y la visibilidad cuadrada. La deconstrucción de todo aquello que debe ser para encontrar las múltiples formas en que puede ser-, contestaría yo en nombre de la mayoría de quienes conozco.
Así, es comprensible que la película Instituto Benjamenta de los hermanos Quay haya resultado tan inquietante, fascinante, y sobre todo motivante, para alguien como yo, que de por sí, ya con la mirada algo turbia busca detrás de lo visible para encontrar lo supra, lo alter, lo infra real en los resquicios del transcurso de cada día que, en apariencia y sólo en ciertos momentos, pueden ser los mismos que el anterior... pero no.

No entender, dejarse llevar

Una de las claves para disfrutar las películas que he visto en el último año es olvidar el recinto en que me encuentro y concentrar la mirada en las letras de los subtítulos y escuchar las palabras en el idioma original en que se dicen. Este disfrute consiste en encontrar el aspecto humano (ya sea la calidez, la frialdad, la tristeza, la amargura, la felicidad, la sorpresa) que matiza a las palabras o los enunciados para integrarse al personaje, para que el actor se construya a partir de un lenguaje que no le pertenece, que no le nace, sino que le es transferido después de aceptar su pura condición de personaje, de marioneta de carne y hueso obediente a toda instrucción de quien dirige sus actos, sus miradas, su tono de voz.
Conjugado lo anterior, las imágenes que dan vida a cada escena de la película y a su vez de la historia en conjunto llegan pero no invaden, se integran, pero no sobresalen a menos que ellas mismas -paisajes inabarcables, tomas intermitentes de un cuerpo o una ciudad, deslizamientos tan lentos como el andar de los caracoles a través de un cuarto o un callejón, etc.- se conviertan de momento en un personaje principal.
En el caso de la película de los hermanos Quay debo admitir sin vergüenza que entendí muy poco de lo que en ella se dijo, pues no había subtítulos y las intervenciones eran casi susurros; en muchas ocasiones hablaban para sí mismos. Sin embargo pude hilar algunas oraciones para “comprender” la historia y la particularidad del trío de personajes que, ahora que lo pienso, creo que son los únicos que hablan.
Pensarán tal vez que no entender los diálogos de una película es verla a medias o hacer como que se ve; pero sinceramente opino que no es el caso, incluso puedo aventurarme a adivinar que los directores lo planearon de manera tal que se viera, literalmente, la película.
Por ello es que los recursos visuales son tan atractivos y seductores, y no porque se trate de una superproducción con efectos especiales y toda la cosa; no, ni siquiera se trata de un filme a color. La estética remite indudablemente a la época surrealista pero sin escenas que forzadamente pretendieran ser surrealistas: el ambiente onírico logrado a través de luz blanquecina, nebulosa, o los umbrales hacia realidades paralelas que se hacen al dibujar un círculo-ventana en la pared, como hacía La pantera rosa para escapar de algún enemigo como las termitas o los mosquitos. También abunda la presencia (en cuanto a repetición de tomas y momentos clave) de las escaleras en espiral, interminables, o las que conducen hacia un resquicio sacado de Alicia en el país de las maravillas, al que se llega al atravesar una puerta pequeñísima y aspirar un polvo después de leer un papelito que indica cómo hacerlo. Enseguida aparece una encrucijada de tres puertas que entre otras cosas, da la bienvenida a lo fantástico cuando el personaje Jakob decide averiguar qué hay detrás de ellas.

El juego sadomasoquista
No estoy segura de quién sea el personaje principal o si vale la pena especificarlo; incluso el mismo edificio que alberga a este Instituto de Empleados Domésticos dirigido por los hermanos Benjamenta (de ahí el nombre de la cinta) podría disputarle la estelaridad a los personajes de carne y hueso. Sin embargo siento que la historia gira alrededor de Lisa Benjamenta y Jakob von Gunten, ya que somos testigos del cambio en la personalidad de ella que provoca la llegada de él, sobre todo la manera en que su porte sádico (el más clásico: vestido largo de mangas largas y cuello alto, chongo y fuete de pata de cabra en mano) va perdiendo fuerza y dominio hasta que algo poderoso e invisible le arrebata el fuete inseparable.
Por su parte, tanto Jakob como los otros residentes de la escuela interpretan el papel de masoquistas de la sociedad en cierta forma, pues están dispuestos a convertirse en los sirvientes perfectos y en la nulidad como persona que ello implica. El caso de Jakob es especial porque al parecer llega a la escuela buscando un refugio, por lo que nunca se adhiere a las normas y sólo se convierte en una presencia que perturba la uniformidad de hechos tan cotidianos como las clases en las que deben practicar para encontrar la mejor manera de humillarse ante los señores. Por si fuera poco, su condición de recién llegado le impulsa a recorrer los pasillos y en consecuencia los secretos que mantienen en pie la casa.

En fin, tal vez este descubrimiento cinematográfico y bibliográfico (pues no hay que olvidar que está basada en la novela Jakob von Gunten de Robert Walser) a estas alturas no sorprenda a la mayoría, pero para Mote y para mí fue un claro ejemplo de que lo esencial de la vida llega a las manos, a la vista o a los oídos cuando a uno le toca, no antes ni después; ya que teníamos la referencia de aquel texto de Chimal, pero en aquel momento no encontramos ni un video por ningún lado. Hoy, por fortuna llegó a nuestras manos, junto con Instituto Benjamenta, el trabajo de alguien que a su vez ha inspirado a los hermanos Quay: Svanmajer, cineasta y surrealista también.

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