Bueno, parece que esto ya volvió a la normalidad, quién sabe qué le habría picado.
Ayer que andaba revisando el periódico, descubrí que el número del domingo pasado de La Jornada Semanal estuvo dedicado en buena parte a Miquel Barceló.
Esto me sorprendió y me dio gusto, pues su trabajo casi no se ha dado a conocer en nuestro país, pero los casi treinta años dedicados a la pintura y el dibujo, bien valen la pena y se ven reflejados en la exposición que estuvo o está en el Rufino Tamayo.
La verdad yo sabía muy poco de él hasta hace casi un año, cuando vi por primera vez un par de lienzos y una escultura en bronce, en el Reina Sofía. Lo primero que me llamó la atención fue lo grandísimo de sus formatos y la soltura con que saturó las telas de texturas y plastas de acrílico, sin tensar del todo la superficie, con lo que da la impresión de estar frente a un relieve de piedra.
Cuando me fijé en la escultura gato-perruna que tiene las patas metidas en los botes de pintura, me fue difícil relacionarla con bronce, pues parecía una mezcla de plastilina con chapopote o cerámica negra, por el acabado tan estilizado que le da.
Mote y yo nos entusiasmamos, así que buscamos libros sobre él, pero sólo los revisamos, pues estaban carísimos.
En mayo de este año fue que inauguraron su exposición, y entonces sí, el entusiasmo se convirtió en admiración. Poco a poco, conforme avanzamos mirando los cuadros, descubrí que el raro olor que imperaba en la sala -como humedad o fruta en estado de putrefacción- se debía a que este hombre trabaja con todo tipo de materiales que encuentra a la mano y los adhiere a la obra mezclándolos con pintura. Así, mirando con cuidado y de cerca -no tanto, que viene el policía y te dice que un metro de distancia-, encontramos colillas de cigarro, granos de arroz, semillas de papaya, paja, hojas de cuaderno, servilletas, hilos... Además, en el texto introductorio hay una pequeña relación de estos materiales y otros que son menos visibles, pero tal vez más significativos, pues los utiliza para relacionar su obra con los lugares que ha visitado, haciendo un puente que une la imagen que surgió en el lienzo y la imagen real, vivida, que le dio origen.
Tierra, ceniza volcánica, sangre, sedimento de ríos, arena desértica o marítima: todo ello es conjugado con una plena intención matérica y vital, para transmitir fuerza, para hacernos sentir la furia de una tormenta de arena o de mar.
Hay otro aspecto de sus pinturas que atrae visualmente: utiliza plastas de óleo y no recuerdo de qué otro material; al momento de aplicarlo pone el lienzo colgado del techo, boca abajo, de tal forma que al secarse, las plastas forman estalactitas que funcionan de la misma manera que la sutileza de las pinceladas en el impresionismo, pero al revés, ya que mientras más se aleja uno del cuadro, más forma le encuentra, aunque a primera vista sólo parezcan manojos de pintura seca.
También está la contra parte de lo matérico en una sala pequeña, en la que se reúnen dibujos y acuarelas que aluden por completo a su experiencia en Mali, a sus paseos en las caravanas o por los mercados. Ahí todo es más sencillo, los trazos son menos rebuscados y los colores a fuerza remiten a ese ambiente, uno que no concemos más que por los documentales, los libros o las pinturas, pero que de cualquier forma nos parece familiar.
Bueno, pues si no han visto nada de este pintor -creo que catalán- los invito a dos cosas: que vayan al Rufino, a ver si todavía está la exposición; y que lean lo que hay sobre él en el suplemento: un fragmento de su diario, una pequeña revisión a su obra, una crónica a partir de una entrevista en su estudio; y claro, unas cuantas fotos.
1 comentario:
Ah pues tiene razón esta muy chida esa exposición.
Saludos
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