viernes, octubre 07, 2005

Suicidas de visita

El suicidio ha dejado de ser un tabú del que no se habla, del que no se sabe, del que no se tiene conciencia. Cada vez son menos quienes temen recibir un castigo post-mortem, qué peor castigo puedo recibir que estar vivo, piensan a cada minuto; y también es cada vez menos exclusivo de los enfermos mentales, artistas depresivos o enamorados no correspondidos. A menudo encontramos en los encabezados de periódicos amarillistas o en las noticias transmitidas por canales y en horarios populosos, historias trágicas que remiten al suicidio de personas de diferentes edades, la mayoría desesperadas por su situación económica, por la dificultad para encontrar trabajo, por no tener un lugar en la universidad o la preparatoria; en recumen, por no poder ser parte activa de esta sociedad a la que muchos se refieren, más en serio que en broma a partir de su experiencia cotidiana, como selva de asfalto, término que empezaba a usarse a principios de los ochenta, y que a muchos les parecía exagerado, pero ahora, ¿quién puede negar que en una ciudad como la nuestra sólo sobrevive el más fuerte, después de eliminar a todo contrincante débil que encuentre a su paso? La sobrevivencia a la que me refiero excluye, por supuesto, a descendientes de familias acomodadas, quienes viven muy bien y nunca han tenido necesidad de solicitar un empleo ni la curiosidad de averiguar de dónde viene tanta riqueza; o a descendientes de familias que poco a poco, a fuerza de mucho trabajo han logrado obtener casa propia, autos, uno que otro lujo (en estos casos, los que mantienen el hogar pocas veces suelen disfrutar sus bienes materiales, pues siguen trabajando para no perder lo que han conseguido); o a todos aquellos que conforman la minoría de la clase social alta de nuestro país.
Pues bien, a pesar de que el suicidio siempre ha estado al alcance de todos, y la gente siempre ha sido libre de ejercerlo, sólo ahora se ha vuelto popular.
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Sin embargo, el suicidio siempre ha sido una constante en el entorno artístico, ya sea como tema inevitable en obras poéticas, teatrales, narrativas algunas veces, y ensayísticas (aunque el ensayo es más contemporáneo, pues lo escrito ahí surge después de haber sido escrito todo lo anterior). El esplendor del siglo XIX en Alemania y Francia, por ejemplo, se debió en su mayor parte al sentimiento suicida que rondaba las ciudades, los callejones, las tabernas, los cafés; y en consecuencia la obra de autores que se quitaron la vida, afortunadamente, después de imprimir su huella en el papel.
Después de ellos, han sido menos los casos, y tal vez por ello más identificados, de los artistas suicidas. ¿Qué hay en un artista que le facilita acudir al suicidio? ¿Será la misma desfachatez que le facilita dedicarse a la pintura, a la escritura o a la música? ¡Ah!, porque además, quienes se dedican a estas necedades, son quienes más han muerto por propia mano; o al menos de los que más se tiene noticia.
Claro que ser suicidas no garantiza que sus obras hayan sido buenas, que sus vidas hayan sido relevantes, que hayan sido mejores o más importantes que los demás. Su suicidio los hace famosos porque por lo general mueren jóvenes y en épocas donde religiosa y socialmente, todavía es difícil aceptar que ejerzan su libre voluntad para quitarse la vida. Pero sobre todo, porque la mayoría a quienes asombra este acto, ha decidido que morirá debido a muchas causas posibles, menos por una ingesta voluntaria de una caja entera de barbitúricos o cualquier otra cosa que implique asumir tal responsabilidad.
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(Continuará)

1 comentario:

Silencio dijo...

Pues tal vez antes se veía tan mal, que se disfrazaba de accidentes, pero tal vez es demasiada lucidez, darte cuenta que a veces el dolor es demasiado como para seguirlo soportando, para que te lleve ¿a donde?, a ningún lado, lo que hay en la vida de uno es lo único, lo que sigue y lo que viene atrás no creo sea importante, le damos importancia para encontrar una razón para vivir.

No se nop me quiero revolver, pero tenemos un destino, jugamos un papel importante en la vida del universo, las abstracciones que hemos creado nos salvaran, no, y aunque haya lana, trabajo, amor, a veces nada más no se encuentra una razón sólida para seguir vivo.

Además esta época es de desesperanza ¿porque?

La guerra no enseña nada
La economía no ayuda en nada
El esclavismo se abolió para encontrar la forma legal de reinstaurarlo
El progreso cuesta
El futuro cuesta

Entonces si uno lo piensa bien,porque seguir jugando al oficinista, al casado, al ejecutivo, al depresivo al pintor, etc, si de todos modos quien te va a recordar lo hace porque en el fondo sabe que es el precio a pagar por también ser recordado