miércoles, enero 25, 2006

Requisitos de vuelo

El frío de la madrugada le quitó el sueño de encima; respiró profundamente y se sintió aliviado después de haber estado aprisionado en ese bosque de ramas espesas que lo iban guiando siempre hacia el centro y hacia abajo alejándolo del aire, del cielo, de la luz, de los otros.
Antes no solía recordar sus sueños, pero ahora no puede no hacerlo por más que se resista.
Poco a poco abrió los ojos; aunque el sol no lograba filtrarse entre las nubes espesas y grises, la luz le lastimaba y le hacía lagrimear. Miró entonces la primera mancha en la pared y sintió una punzada en el estómago. Después giró lentamente la cabeza y los restos indefinibles que se encontraban cerca de la pared manchada le hicieron temblar. El cemento cuarteado del patio estaba salpicado de costras y en los bordes de sus grietas había incrustaciones de coágulos todavía frescos por dentro, cuya nata apenas empezaba a endurecerse.
Dejó salir un grito, luego otro y otro cada vez más fuerte, cada vez más angustiado, desgarrado ¡Ahhrrr, ahhrrrr, ahhhhhhrrrrr! Siguió mirando y mientras más miraba más sentía cómo estaba a punto de explotarle el corazón, cómo le palpitaba la cabeza con un dolor aplastante. Los recuerdos eran sólo ráfagas de imágenes inquietantes, huidizas. Pero el dolor, el dolor en el pecho, en la carne viva ya sin garras, en las heridas del cuello, en la espalda, era la prueba indiscutible de que él podría, si quisiera, señalar con el pico al culpable.
Trató de abrirse paso entre los cadáveres ya tiesos que exhibían sus entrañas como si fueran su más grato motivo de orgullo. Las plumas esparcidas formaban un tapete multicolor adherido al piso con la sangre; las jaulas vacías se balanceaban arrullando a los restos de agua y alpiste que nunca nadie volvería a probar. Recorrió el patio buscando al otro sobreviviente, al culpable de aquella nueva masacre. ¿Nueva masacre? Se detuvo a pensar.
Otro graznido, más fuerte y agudo, salió de su garganta. Llegaba la lucidez y se enfrentaba a su oscura laguna mental; las imágenes iban apareciendo más despacio y más claras en su cabeza. Entonces el terror paralizó los músculos de sus alas, la adrenalina activó en su cerebro una mezcla de alarma y culpabilidad que lo confundía y no lo dejaba avanzar. Pero eso no era lo único que le impedía salir de ahí: su plumaje entero estaba humedecido de sangre; sangre de distintos espesores, olores, sabores, como la carne de todos ellos, que él, empezaba a recordar, llevaba consigo en el estómago satisfecho. Y si algo sabía muy bien
-mejor que lo que había pasado ahí la noche anterior- era que sólo puede emprenderse el vuelo con el estómago satisfecho aunque la angustia le rebase en peso.
***
Textos como éste surgen después de despertar con los graznidos histéricos de alguno de los pajarillos que colecciona el vecino.

2 comentarios:

Bitchie4ever dijo...

Hola
Por lo que veo tiene un gran habilidad para escribir historias , interesante tu blog.


Saludos**

Silencio dijo...

A mi me gustaba que en casa de mi padre me despertaba un graznido, siempre cada sábado, era rico, me gusta.

Salud pues