miércoles, marzo 22, 2006

Corregido y aumentado

La siguiente es la segunda versión del texto que ocupó este espacio por semanas.


Última caída

El frío de la madrugada le quitó el sueño de encima; respiró profundamente y se sintió aliviado después de haber estado aprisionado en ese bosque de ramas espesas, que lo iban guiando siempre hacia el centro y hacia abajo alejándolo del aire, del cielo, de la luz, de los otros.Poco a poco abrió los ojos. Aunque el sol no lograba filtrarse entre las nubes espesas y grises, la luz le lastimaba y le hacía lagrimear. Cuando por fin pudo mantener los ojos abiertos sin parpadear, lo primero que vio fue una mancha en la pared que le provocó una punzada en el estómago. Después giró lentamente la cabeza; los restos indefinibles de algo parecido a una red de tripas que se encontraban cerca de la pared manchada le hicieron temblar. El cemento cuarteado del patio estaba salpicado de costras y en los bordes de sus grietas había incrustaciones de coágulos todavía frescos por dentro, cuya nata apenas empezaba a endurecerse.Dejó salir un grito, luego otro y otro cada vez más fuerte, cada vez más angustiado, desgarrado: ¡Ahhrrr, ahhrrrr, ahhhhhhrrrrr! Siguió mirando y mientras más miraba más sentía cómo estaba a punto de explotarle el corazón, cómo le palpitaba la cabeza con punzadas aplastantes.
Los recuerdos eran sólo ráfagas de imágenes huidizas: cabezas desgarrándose al ser separadas del cuello, picotazos furiosos contra el lomo, contra el propio pico, miradas frías de terror; visiones ilógicas e indescifrables.
Trató de abrirse paso entre los cadáveres ya tiesos que exhibían sus entrañas como si fueran su más grato motivo de orgullo. Las plumas esparcidas formaban un tapete multicolor adherido con la sangre al piso; las jaulas vacías se balanceaban arrullando los restos de agua y alpiste que nunca nadie volvería a probar. Recorrió el patio buscando al otro sobreviviente, al culpable de aquella nueva masacre. ¿Nueva masacre? Se detuvo a pensar. ¿Por qué el dolor en el pecho, en la carne viva de las patas ya sin garras, en las heridas del cuello y la espalda; por qué sus heridas no resultaron mortales?Otro graznido, más fuerte y agudo, salió de su garganta. Atropellándose, la lucidez llegaba y se enfrentaba a su oscura laguna mental; las imágenes iban apareciendo más despacio y más claras en su cabeza: él el verdugo, él el tirano, él el único sobreviviente. Entonces el terror paralizó los músculos de sus alas; la adrenalina activó en su cerebro una mezcla de alarma y culpabilidad que lo confundía y no lo dejaba avanzar. Pero eso no era lo único que le impedía salir de ahí: su plumaje estaba pesado, húmedo de sangre de distintos espesores, olores, sabores; como la carne de todos ellos, que él -empezaba a recordar- llevaba consigo por dentro para alimentar su organismo, y por fuera, impregnada en su propio cuerpo.

Amaneció por completo y empezó a escuchar el griterío habitual de la casa. Sabía que dentro de poco, cuando los niños se fueran a la escuela, saldría abuelita Mati para cambiar el agua y los periódicos y servir más alpiste.
Muchas veces trató de hacerle entender que él no comía eso, sobre todo cuando ella, entre triste, preocupada e indignada preguntaba: ¿Qué tiene mi pajarito, por qué no quiere comer? ¿Qué no le gusta su alpiste, sus semillitas de girasol? ¿Eh? ¡Pájaro caprichoso, no se hará lo que sea tu voluntad! ¡Ni que fueras canario, canijo pájaro callejero!
A pesar de sus intentos de comunicarse, ella siempre terminaba imitando con gorgoritos y silbidos lo que él le decía: El alpiste y las hierbas me hacen daño, dame carne, ¡quiero carne!
Extendió sus alas para que el sol se las secara lo más pronto posible, pero ya se oían los pasos arrastrados de abuelita. Sólo le dio tiempo de alcanzar la rama más alta de la higuera que crecía desbordándose hacia la calle. Desde ahí miró la pantomima y el llanto que había visto repetirse tantas veces, y como otras tantas, perdió el equilibrio y el conocimiento cuando abuelita Mati (como si alguien le dijera al oído quién había sido el culpable) dirigiera sus ojos llorosos hacia él, que se creía a salvo en esa rama tan alta.

Esta vez no lo vio caer una viejita regresando de misa, ni un niño o una muchacha encaminándose a la escuela; sino una rata asomada por la coladera, quien, no precisamente movida por un sentimiento de lástima, corrió presurosa hacia él.

No hay comentarios.: