viernes, julio 16, 2010

C'est la vie ce qui donne la vie


Caminan las luciérnagas suspendidas en telarañas de algodón y caramelo. No lo saben, pero en cinco segundos, esta textura tan suave y amigable se transformará en densidad de planta carnívora que saliva el bocado seguro. Música de luz es el cuerpo de las luciérnagas. Música que defiende la sangre y el cuerpo con los gritos del sol y las galaxias de donde vinieron. Si se apagan, sus cuerpos absorben también la luz de los muertos huérfanos de tierra y mar; si se encienden, es porque han descansado en el lomo de los perros alimentados por las cicatrices que la luna ha dejado en los párpados de hienas que arden hasta la ebullición bajo su rayo de esperma helado y mercurio. Son luciérnagas de fuego, luciérnagas de incendios que renacen con las vibraciones perpetuas del canto del fénix, luciérnagas que vuelan cuando el alba pierde su blancura y el sol les disputa la luz con que alimentan a los hombres para sacarlos de su ensueño. Por eso danzan delicadamente sobre las cuerdas de la telaraña: cuando el caramelo sea ácido asfixiante, ellas serán esponjas de abismos donde el vacío da vida a la vida.

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