martes, septiembre 28, 2010

Encanto




La mirada se desintegra en cristal pulverizado.
Una secta de hormigas roji-negras del tamaño de un meñique devora astillas:

Restos de cadáver- cristal.

Dejar caer todo.

abrir la mano
soltar el tesoro:
dejar que se pierda
en remolinos
de corrientes
que no tienen en dónde parar.

Desprenderse de la célula y formar microorganismos:
diásporas que danzan
con la melodía de un acordeón-resorte
de infinitas ramas de sauces
y pirules habitados por brujas
perfumadas con esencia de ajenjo.

Sentir la mirada que retoma
el lodo,
el musgo,
el agua enlamada,
el lirio infestado de ajolotes.

La mirada
se
desdobla
en
lo que retoma
y lo respira.

Entonces no es más mirada: es la piel y la voz.
Es la arteria que comunica
al helecho acuático con las enredaderas
para
unir
las puntas del sauce y del pirul;

del laurel donde se posan los demonios en espera de que las brujas
se desnuden y se ericen al contacto con el vapor que emana del agua-azufre;
que estiren sus cuerpos sobre la espuma pantanosa para que el lodo y el musgo regeneren su piel de miles de años en constante putrefacción.

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